La soledad tiene, como la muerte, muy mala fama. Demasiadas personas la temen y se venden muy barato con tal de esquivar su sagrada presencia y su maestría. Es cierto que existe un tipo de soledad que duele; es esa que se sufre cuando estás rodeado de personas a las que no les interesa descubrirte, personas que no te entienden o no lo intentan, que ni te miran ni te ven. Pero también existe otro tipo de soledad imprescindible para nuestro avance en el camino de retorno a nosotros mismos y al Hogar, es de esa de la que hablo, someramente, aquí.