La más dolorosa de las heridas que tenemos es la del autoabandono. Sí, la más profunda de nuestras heridas no nos la ha hecho otra persona, ni ninguna circunstancia externa o pasada, nos la infringimos nosotros mismos. Nos autoabandonamos al juzgarnos, al disfrazarnos de lo que no somos, al sernos desleales, al elegir el miedo en lugar del amor, al sentirnos miserables e indignos, al pensar que tenemos que hacer y tenemos que tener para ser queridos… Y cuanto más nos abandonamos, más tememos ser abandonados y más nos perdemos, más nos alejamos de nuestra esencia y más dolor nos causamos. Es vital cuidar de esta herida que, a menudo, es la que alimenta a todas las demás. Es prioritario volver a nosotros y acogernos por entero para comenzar a sanar.