Dentro de cada uno de nosotros sigue vivo el niño que fuimos, con sus deseos y sus temores. Y ese niño sigue sintiendo el dolor de las heridas que no hemos sabido sanar. Es más, si no hemos crecido de una forma responsable y coherente, hemos podido seguir infringiéndole nuevas heridas. Debemos descubrirle, mirarle, reconocerle, escucharle y darle el permiso de ser y de expresarse que le ha sido robado. Cuidar a nuestro niño interior es sinónimo de cuidarnos a nosotros mismos. Si no cuido esa parte de mí, en mi entorno aparecerán circunstancias y personajes que me reflejarán o me harán lo que, inconscientemente, me estoy haciendo. Nuestro niño vivía en conexión con su esencia, sabía qué le generaba gozo, qué le daba tranquilidad, sabía amar… Otorgándole el lugar que le corresponde, podremos recuperar lo que hemos olvidado y podremos menguar el dolor de la desconexión.