Desde la infancia buscamos «evitar el castigo» y para ello nos vamos amoldando a lo que los demás esperan de nosotros, vamos dejando de ser auténticos y de expresar nuestra esencia para no incomodar y así, en el mejor de los casos, recibir la aprobación de los demás. Pero esto no nos colma, al contrario, esto aumenta nuestro vacío pues me estoy dando el mensaje de que no soy digno de ser amado por ser, sencillamente, quien soy, con mis luces y mis sombras. Es mejor comenzar a amarse que vivir en el esfuerzo de empequeñecerse y camuflarse para no incomodar a los demás.